Wednesday, April 16, 2008

Vuela pajarito

Vuela, vuela, pajarito, decíamos cada vez que poníamos un pie más arriba que el otro. Dentro de poco estaríamos más cerca de Dios, digo del Annapurna, que de la civilización en Pokhara a donde pertenecíamos hace unos días y perteneceríamos dentro de otros días.

El miércoles a medio día estábamos en Chomrong a 2150 m de altura y volaba un segundo águila sobre nuestras cabezas. El Annapurna Sur también hacía aparición de forma que había que estirar el cuello hacia arriba hasta la tortícolis. Otro águila o no se qué ave rapaz, o la misma, nos volvió a sobrevolar. Era una pena que aquella nube negra y fea se interpusiese entre nosotros y las torres heladas que formaban el circo de siete y ocho miles que nos culminaba.

Intentaríamos explicar la sensación pero la describió mejor Cortázar:

“… se le agolpaba el clémiso y caía en hidromurias, en salvajes ambonios, en sústalos exasperantes. … se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado … se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias”, Julio Cortázar, Rayuela.

El jueves salímos a las siete de la mañana de Bamboo y a las dos de la tarde de Deurali. A las cuatro estábamos en el campo base del Machapuchare, después de un hermosísimo camino por un valle alrededor de un río, realmente bonito con caída de rocas y nieve a los lados haciendo la música.

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