Wednesday, April 16, 2008

Katmandú

El sábado fue larguísimo desde Himalaya hasta Kyumi, lloviendo desde Chombrong a mediodía. Esa noche la pasamos en Kyumi en compañía de los dueños del refugio y sus cuatro hijas. Allí cocinamos envueltos en el humo de un fuego hecho en el suelo de la cocina, y compartimos arroz con verduras y algunas lentejas, yo comiendo solo y las hijas mayores dando de comer a las más pequeñas. En familia. También apareció por allí un coreano que había hecho las fotos magníficas del Daulaghiri que nosotros no pudimos hacer.

El domingo salimos a las cinco y media de la mañana y llegamos a la civilización a las once, ya por un camino más ancho, llano y seco. La aventura salió tan bien y tan cronometrada que decidimos dejar un poquito de nosotros en ese país, las botas Asolo, que para nosotros estaban a medio uso pero para Ramesh estaban nuevas. Aventuras que verán esas botas!

Nos esperaba una avioneta que sobrevoló el Everest, Lhotse y otros, y pegada la nariz a la sucia ventanilla de aquel artefacto, vimos nubes y más nubes tapando la visión de las montañas.

La noche del domingo había acabado la aventura. Katmandú nos volvía a fascinar por su cielo, y es que la ciudad estaba sin electricidad y sin luces, y eso tiene su parte positiva. Curiosamente, al llegar al hotel Shanghai, nos dieron una vela y unas cerillas. El hotel era como un escondrijo de hippies franceses de los sesenta. Olía a incienso y sonaba música y estética Siria. Parece que Damasco luchaba por convertirse en la ciudad más antigua del mundo y en el símbolo vivo de la cultura alternativa y hippy.

En el hotel Shanghai que parecía sacado de una novela negra nos tomamos un pollo tandoori y un bollo de canela alemán hecho por algún aussteiger (probablemente algún ciudadano en Nepal siguiendo esa tradición alemana de buscar liberarse de la sociedad tanto internamente como externamente en una forma de escapismo bajo el escudo de la New Age y leyendo Walden de Thoreau). Aunque las paredes estaban decoradas con fotos de ocho miles, nos costaba mucho más de lo normal subir los dos pisos de escaleras. Un día más y hubiéramos necesitado muletas en lugar de palos.

Quedan muchos recuerdos imborrables, muchos destellos como el molino de madera en el río bajando de Chombrong y los niños cuidándolo, y nosotros agitándoles los brazos para provocar su risa. Qué luz más imponente había!

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