Wednesday, April 16, 2008

Maxi el aventurero

El otro día decía un madrileño que le gustaría llevar una vida más aventurera. Nosotros nos acordamos de Maxi, el protagonista de un cuento infantil que Mateo lee casi todas las noches. Desde pequeño, Maxi decide que quiere ser aventurero, viajar y ayudar a la gente, y cuando su vecina se entera quiere convencerle de que la necesita como compañera. Después de horrorizarse unos días, Maxi acaba dándose cuenta de que sería más interesante tener compañía y estar más arropado en los momentos difíciles.

Entonces pensamos en un test de aventurero: Estás en tu edificio habitual en la ciudad. Si tienes que bajar al piso de abajo y la mujer de la limpieza acaba de fregar el suelo de mármol, coges el ascensor o aprovechas para bajar por las escaleras pidiéndole perdón?

Cada paso sobre el suelo mojado puede acabar en la casa de socorro; hay que decidirlo con cuidado, más si la barandilla acaba de ser pintada y no se puede tocar.

Bajar desde el campo base del Annapurna hasta el pueblo de Himalaya fue algo parecido: 4175 m a 2900m diluviando son 1275 metros de escalones, unos 400 pisos. Qué dirías si tuvieras que bajar 400 pisos recién fregados? Maxi diría que sí. El madrileño no lo sabemos. Nuestro papá tampoco porque nadie le preguntó.

Además, al día siguiente había que bajar hasta 1300 m y llegar a Kyumi, más 400 metros de subida a Chombrong, otros 2000 m de desnivel o 650 pisos de escalones, eso sí, solo lloviendo los últimos 900 metros.

El test sigue así. Bajarías al día siguiente otros 650 pisos de escalones, los últimos 300 mojados? Por cierto que la metáfora da una idea de magnitud. Algunos escaladores se exhiben escalando rascacielos y la gente se asusta pero para ellos el espacio es realmente pequeño.

Pero lo interesante es la percepción, lo que pasa en la cabeza. Cada escalón obliga a concentrarse. El pie no se puede ir. Si se va y te pilla pensando en Pocahontas acaba el día en un helicóptero de rescate. Si se va el pie, el cuerpo debe reaccionar cambiando el equilibrio y tal vez agarrándose con los dientes a la flor de un rododendro.

Cada paso necesita toda la concentración y todo el equilibrio. Después de muchos pasos el cuerpo y la mente ya no se diferencian, no hay pensamientos, no hay memoria, no hay recuerdos, no hay futuro, no hay miedo. La mente se vuelve clara y fresca, y los reflejos rapidísimos. El proceso se mantiene hasta que se llega a un refugio y te ponen una sopa caliente de verdura, ajo y pasta con te negro, todo muy caliente, suficientemente caliente para que se derrita el hielo del gorro. En gran parte el estado de lucidez se desvanece y hay que volver a comenzar.

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